lunes, 6 de abril de 2009

EN LA MESA UN VERANO EN SICILIA



Fue mi primer viaje a Europa, contaba apenas con 10 años de edad y mi primo Iván tenía 9 años.


No tenía idea de nada de Europa, no conocía Italia, de donde mi primo, coautor de este relato y con ascendencia siciliana, me agració con su invitación.



Sicilia era el destino, no tenía idea de sus antecedentes mafiosos, ni de su historial de invasiones, mucho menos de su influencia árabe o de todas la culturas que influyeron en tan magnífica Isla. Èste relato fue durante mi infancia, con toda la ingenuidad de la misma y será en virtud de nuestras vivencias en Sicilia.  Alrededor del protocolo de la mesa, y lo que conlleva tan exquisito convivio.



El lugar: Santa Teresa di Riva, cerca del puerto de Messina, en la costa entre el mar jónico y el mediterráneo, muy cerca de las ruinas de Taormina.



Es un paraje con bello entorno, Santa Teresa di Riva, donde residen un buen número de hermosas playas. Entre las principales y más reconocidas: Mazzaro e Isolabella (bajando la pendiente de Taormina). Mazzaro es una playa caracterizada por la predilección  para el buceo profesional y snorkel. Normalmente tiene aguas calmas y cristalinas (locación película Azul profundo). Las orillas se caracterizan por tener pequeñas piedras compuestas de sedimentos minerales que se han acumulado a través del tiempo, principalmente sales. Al romper las piedrecillas dan la impresión de estar compuestas por metales preciosos, ya que tienen un hermoso brillo con variados colores. Esto, gracias a las sales.


Isolabella es una hermosa playa localizada bajando la pendiente de Taormina.


A pocos metros frente a la orilla, se encuentra un islote con un pequeño castillo, pero cuando baja la marea,  aparece una península por la que  se llega fácilmente caminando desde la playa. Al subir la marea regresa a ser un islote y  para ir o regresar, hay que ir nadando. El lugar es precioso y me recuerda mucho a los paisajes de "Il Postino", película que relata la estancia de Pablo Neruda en Sicilia cuando fue su desterrado de Chile.



La casa era una construcción antigua en una extensión grande, con mucho sabor al sur de Italia, con un huerto de limones, duraznos, y donde cultivaban sus propios jitomates, uva para vino y sus olivas.   El huerto se acompañaba de un cielo azul espectacular y de la brisa del mar mediterráneo, en perfecta simbiosis con los bellísimos azules cristalinos del mar. A solo dos cuadras una extensa costa tapizada de pequeñas piedritas como puntitos de colores grises en su mayoría, y otras tantas, como pequeños destellos de: jades, turquesas y rojos pizarra.

Recuerdo en especial a los pescadores y en particular a un viejecito de piel tostada y curtida por el sol.

Su gesto era tierno y melancólico. Pasaba con una canasta repleta de pescadillos similares a un pez vela, pero diminutos, del tamaño de una sardina, gritando ¡ Pesce Fresco !



Éste pescadito era de las delicias esperadas, pues, aproximadamente una vez a la semana, le podíamos deleitar.



Dios me dotó de un apetito salvaje y en este viaje se evidenció totalmente. Gracias a éste, dejé de ser el famoso "flaco”, para ser el "ex flaco", pero bien valió la pena; fue una espectacular cascada de delicias, día a día.   Y no dejé pasar ningún día, sin experimentar todas éstas.



Recuerdo de manera muy especial, las cotidianas y pasivas mañanas en las que solamente hombres, éramos enviados en matriarcal dictadura,--por la nona y las mujeres--, a recolectar en compras, todos  los componentes para la celebración de una bonita reunión familiar.



La mesa era larga y una brisa fresca, casi fría, soplaba del mar, con su salada fragancia. Un delicado y tibio sol se inmiscuía a través de  dos grandes portones que daban vista a una terraza grande, que daba a la calle y como en un lienzo: de un callejón que se asoma al mar.



Entre las sensaciones, me impregna el recuerdo del colorido de la fruta; la brillante piel acerada y roja de los tomates antes de formar parte de la salsa para las pastas; los multicolores de las verduras, el oscuro marrón de las berenjenas y los cálidos olores agrios de los quesos: Ricotta, Maiorchino, Caciocavallo y Parmesano. Pero sobre todo, el delicioso aroma de los vinos rojos jóvenes hechos ahí, aún con su bagazo y con un corcho informal y reciclable.



Las pastas se servían abundantes. Las especias y el  olor a salsa de tomate y parmesano, así como la exquisita fragancia de los vinos jóvenes, formaban una alegría musical de sabores, como el de una tarantela siciliana. Así lo percibía a esa edad y ahora, muchos años después, al recordarles, inmediatamente me impacta  en las papilas y el corazón, el recuerdo del sabor ácido y frutal de la uva, de esos vinos sin colar y con residuos de bagazo.



En el techo de la casa, subiendo por una estrecha escalera con patina avejentada verde, se asomaba una bodega donde se guardaba el vino, así como unos refrescos pequeñitos, deliciosos, de anís y frutas, con un muy ligero y transparente toque dulce, que entre travesura y antojo, nos gustaba hurtar a escondidas.



La pasividad y el aire fresco que se respiraba en ese pueblito del mar de Sicilia, la retrato como una fotografía aromática en mi mente:  Mar, azules de cielos cristalinos y tranquilidad provincial.



La pasta era lo principal y la preparación de la salsa, llenaba el aire de toda la casa en olores a  tomate, ajo, y albahaca.



El día en Verano transcurría lentamente en obsequio de las vacaciones, y a que todos los hijos y nietos, estaban en franco asueto, visitando la casa de la Nona. La cotidiana ceremonia otorgaba una deliciosa rutina donde las labores se dividían, en roles y costumbres milenarias para hombres y mujeres. Se esforzaban sin percatarse, pues el goce de las tradiciones y el reunirse la familia y disfrutarse después de todo un año, para charlar y acompañarse,  era un festín delicioso.



Desde la mañana los hombres separaban labores, entre la recolección de los frutos y vegetales en el huerto; envasar el vino, la compra de carnes, pescados y otros víveres en los mercados locales, mientras las mujeres se concentraban en la cocina, comandadas por la Nona, y donde los hombres no tenían voz, ni voto.



El ir de compras a los mercados locales, así como al puerto de pescadores, era una delicia, que telegrafiaba las costumbres y tradiciones de este bello lugar Siciliano, en una mezcla de colores, olores, de los víveres, así como la algarabía de las  risas y el griterío de la gente, que caracterizan la alegre personalidad pasional de los Sicilianos.



La labor que no era tan agradable era la recolección, pero el hecho de recordar la pureza exquisita del aire, con aroma de mar y a los limones del huerto, me borra el recuerdo del sudor de la alza bajo el sol.



En Sicilia la preparación de la comida familiar es un valor que pasa de generación en generación. Para preparar una comida familiar se reunían en la cocina las mujeres de mayor edad en la familia, dirigidas por la Nonna e iniciaban los preparativos desde muy temprano, para poder tener todo listo en punto de la hora de reunión.



Los platillos son muy variados dependiendo la ocasión y época de cultivo de frutas y/o legumbres. Ésa era época para cultivar alcachofas, berenjenas dulces, aceitunas y jitomate; lo mismo para las frutas, obviamente: vid, limón, y duraznos. Pero la constante, era que en toda comida no podía faltar, jamás algún platillo preparado con pasta y siempre, con salsa de jitomate.



Al llegar la hora de la comida, se reunía la familia alrededor de la mesa e iniciaban con un entremés (antipasto), que normalmente está elaborado de carnes frías, quesos y aceitunas. Se servía el vino que normalmente es tinto y de preparación casera, aunque ocasionalmente se compraba vino embotellado, pero siempre de origen siciliano, sin embargo el vino casero tiene un sabor muy especial que incluso conserva residuos de uva después de haber sido añejado en barricas de madera, posteriormente se guarda en botellas obscuras que se reciclan conforme se van utilizando.



El siguiente paso y que nunca puede faltar, es la pasta, se sirve siempre en un único platón al centro de la mesa y se sirve únicamente pasta, no se combina todavía con otros alimentos.



Recuerdo la textura de la pasta, en el punto más óptimo entre tersura y elasticidad que jamás había probado y en especial el spaguetti, larguísmo, envuelto en salsa de tomate y queso parmesano, que sorbíamos y sorbíamos y parecía nunca acabarse, lo cual en tan ansioso proceso, las gotitas de tomate salían volando y ensuciaban toda nuestra cara y ropa; pero no importaba, porque estaba delicioso y además lo más importante, es que éramos niños.



Uno de los platillos predilectos que se preparaban y en la mayoría de los hogares de la isla de Sicilia es la Parmigiana. Es un platillo que se prepara con berenjenas (melanzane), que en la isla se producen en gran cantidad; así mismo el sabor de estas berenjenas tiende hacia lo dulce, esto es una gran diferencia de las que crecen en América, la principal causa son los minerales que se encuentran en el subsuelo de esta región del Mediterráneo.



Posteriormente se servía el siguiente tiempo, normalmente algún tipo de pescado, pollo o carne con preparación italiana y acompañado de ensalada y/o verdura de varios tipos. Al terminar se servía al centro de la mesa un platón con frutas varias e iniciaba la sobremesa, por último café expresso combinado con algún postre típico de la región, por ejemplo: galletas de almendras, pastel de requesón (cassata), tiramisú, helados de distintos tipos y sabores (los mejores de Italia).



Y ahí empezaban las charlas apasionadas y bromas, mientras nosotros jugábamos correteando un cochecito a escala o algún otro juego en la amplia terraza, mientras los adultos, tenían acaloradas charlas y discusiones que evidenciaban su pasión siciliana.



Magníficos recuerdos. Me traen olores, sabores, colores a tierra, mar y piedras brillantes, así como los rostros y risas de esa familia departiendo extasiadas de disfrutarse en familia, con una extraordinaria comida.








Armando Díaz Davila e Ivan Dávila Pezza